Suben dos chicas, les veo cara conocida pero no las identifico, codeo a mi vieja y me dice “son las hijas del jefe de Gustavo”, en los barrios chicos uno conoce a la gente con esas descripciones, lo cual me condena a ser eternamente la chica de la librería; la hija de martita o la hermana de la chica del cotillón.
“Ahhh!” le digo a mi vieja y entiendo porque apenas las vi me cayeron mal. Son dos mocosas insoportables que se sienten Carolina y Estefanía de Mónaco, con la salvedad de que viven en Claypole. Dos auténticas culo con arandela, asumí el barrio querida!!
Bueno, la cuestión es que yo no las veía desde hace mucho y de golpe se hicieron adolescentes y emos. Eso no sería tan raro si no fuera porque el colectivo estaba lleno de emos.
A ver, emos en Adrogué, no me sorprende. Pero emos en Claypole!!! No puede ser, si el sur siempre fue el reducto estonero (así, con e) y cumbiero por excelencia. Pero no, llegaron estos pibes con sus flequillos pegados sobre la frente y sus chupines de colores (y perdonen que sea tan antigua pero la combinación violeta – verde me parece un cachetazo al buen gusto)
Mientras yo pensaba todo esto, mi madre con ese poder que tiene para leerme la mente - cosa que me asusta, por supuesto- me dice “tienen el pelo como lamido por una vaca, cómo me dijiste que se llamaban estos? Momos?”
“Emos, mamá, emos” le contesto mientras pienso que el futuro llegó hace rato al sur, con sus raros flequillos nuevos